La ola inflacionista que estamos sufriendo afecta de manera especial a las mujeres trabajadoras andaluzas. Nosotras, que la sufrimos todos los días, vamos a intentar desentrañar en este artículo cuáles son sus efectos sobre nuestras vidas y la necesidad de organizarnos para romper con la lógica capitalista.
La inflación es lo que los economistas llaman un “impuesto regresivo”, es decir, afecta más a quien menos tiene y es más llevadero para los más pudientes, convirtiéndose en un mecanismo de transferencia de rentas de la clase obrera a la burguesía. En Andalucía, la tasa actual de inflación resta 1.740 euros a la capacidad de compra anual de las familias andaluzas.
Las personas con menos recursos dedican una parte más importante de la renta a bienes de primera necesidad, como el consumo de alimentos, sobre todo alimentos básicos como los cereales, lácteos, legumbres, aceites vegetales, etc. Esta subida perjudica solamente a la clase trabajadora, supone un encarecimiento de la vida cotidiana, castigando a aquellas que sólo disponen de un salario, si lo tienen, para vivir y suponiendo un nuevo mecanismo para aumentar la tasa de ganancia de la burguesía, favoreciendo a la clase propietaria y a la banca, provocando una brutal pérdida de poder adquisitivo de las familias.
Las mujeres están sobrerrepresentadas entre los colectivos de mayor vulnerabilidad económica, mayormente porque sus salarios son más bajos que el salario de los hombres, la mayoría de mujeres con trabajo remunerado lo hacen en el sector servicios y, en el caso de la mayoría de limpiadoras del hogar, no están aseguradas o, si lo están, son mal remuneradas. Es posible que la desigualdad de salarios por género, ya existente en el mercado de trabajo, se agudice si los sectores más feminizados tardan más en actualizar los salarios de acuerdo con la
evolución de precios. Actualmente, de media, las mujeres andaluzas cobran un salario bruto medio anual un 25,6 por ciento inferior al de los hombres andaluces, reduciéndose el poder adquisitivo cada año un 1,2 por ciento con respecto al del ejercicio anterior, mientras que el masculino se reduce un 0,2 por ciento. Las restricciones de capital humano están acelerando los salarios de la construcción y la industria, sectores más masculinizados, esto es más difícil que se produzca en el sector servicios, sector más feminizado, donde la productividad es más
baja y la sindicación menor. Esta situación se agrava si tenemos en cuenta que el 84% de las familias monoparentales las encabezan mujeres.
Las mujeres tienen unas expectativas más negativas que los hombres con respecto a la evolución de la inflación, según un informe del Banco Central Europeo basado en datos de la última Encuesta de Consumo de la institución. El estudio señala que la principal diferencia entre sexos es que las mujeres de entre 35 y 50 años perciben antes los efectos inflacionarios en sus bolsillos por el precio de los alimentos.
La subida de precios, o lo que es lo mismo, la inflación, perjudica más a las mujeres que a los hombres y es un riesgo real tanto para el bienestar de sus bolsillos, como de su salud mental: cuando se necesita tratamiento por psiquiatras de la SS, la lista de espera es tan larga y se demora tanto en el tiempo, que el desenlace puede llegar a ser fatal. El número de mujeres que se suicidan por depresión ha aumentado un 12´3%, la mayoría por problemas económicos.
Ir al supermercado y ver como suben progresivamente los precios, o revisar las facturas de la casa y ver como engordan, es algo que desgasta el bolsillo y provoca angustia. Y no por casualidad, son las mujeres las que asumen de manera mayoritaria estas tareas.
La subida de precios generalizada la pagamos todas, pero algunas más que otras: La inflación afecta a la cesta de la compra, pero también a otros aspectos importantes en el ámbito doméstico, como el consumo energético.
La subida de la luz afecta al bienestar y a la vida social de las mujeres, por no tener tiempo libre porque los fines de semana tienen que aprovechar para poner lavadoras, la plancha, lavavajillas, horno, electrodomésticos varios, “casualmente” porque la luz es más barata los fines de semana, y somos las mujeres las que nos seguimos ocupando de las tareas domésticas.
Esta no es la primera generación de mujeres andaluzas que se enfrenta a una tasa enorme de inflación en condiciones económicas difíciles: la más cercana en el tiempo fue en 1977.
La inflación llegó al 28% en agosto de ese año. La crisis, de nivel mundial ocasionada por la subida del petróleo, se extendió desde finales de los setenta a los ochenta y estas mujeres en plena crianza de sus hijos alternaban trabajos para ayudar a sus maridos a traer un sueldo a
casa: el trabajo remunerado, con el trabajo de la casa y la crianza de los hijos sin remunerar.
Las mujeres en los setenta eran más autosuficientes para las tareas del hogar, porque la precariedad imperaba y todo se hacía o se arreglaba en casa: vestidos, botones y cremalleras, etc. Las mujeres de clase obrera estaban acostumbradas a reciclar. La rica recicla por moda, la
pobre por necesidad.
Además, disponían del servicio del economato que tenían en la empresa de su marido, por eso no le afectaba tanto la subida de precios, y, si no, siempre podían pedir “fiao” en la tienda del barrio, comida a plazos que, en la actualidad, donde proliferan las grandes superficies comerciales, sería impensable. Hoy día, según van las cosas, tendremos que volver a lo mismo.
A las mujeres nos afectan más los restos derivados de un orden internacional injusto, explotador y antidemocrático, que impide superar los alarmantes niveles de pobreza, desempleo y exclusión que caracterizan al panorama económico y social de Andalucía, todavía la más desigual del Estado. Apremia, por tanto, cerrar filas y proyectar una visión estratégica
hacia la integración económica, social y cultural de nuestra nación, que nos permita avanzar hacia un desarrollo sostenible.
Si el modo de producción capitalista sólo tiene para ofrecer miseria, precariedad, guerras, crisis climática y violencia hacia las mujeres, la lucha por el socialismo nos ofrece terminar con el capitalismo patriarcal, socializar el trabajo doméstico y poner fin a la triple opresión que como mujeres, trabajadoras y andaluzas padecemos. Las próximas generaciones de mujeres, liberadas ya de esa doble jornada no remunerada y habiendo conquistado la reducción al mínimo de su tiempo de trabajo, irán disolviendo los prejuicios machistas y clasistas sobre nosotras, garantizando así una vida digna. No prometemos que una Andalucía socialista sea el paraíso inmediato para las mujeres trabajadoras, pero sí que la lucha es la vía para hacer más vivibles nuestras vidas.
Por Isi Barrera y Mariví Colomina.



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