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La abstención como protesta

Ahora, cuando se dilucida quien ha de acabar pagando la crisis capitalista, creo que por si cabía alguna duda, ha quedado bastante más claro que los gobiernos se han venido comportando básicamente como administradores al servicio de lobbies y corporaciones privadas, y no como representantes de la ciudadanía.

Creo que ha llegado el momento de cuestionar la legitimidad del sistema. Lo cual denota un cambio de fase o de era política en el estado español. Ya no se trata de cambiar este o aquel partido gobernante por otro, sino el sistema que sostiene el actual neocaciquismo democrático; como decía Macías Picavea en su ya clásico El problema nacional (Madrid, 1899), “se encierra en dos inferiores aspiraciones: dominar, no gobernar; expoliar, no administrar”.

El PSOE, tras su aplastante victoria de 1982 implantó unas formas de gobierno tan autoritarias, tan opacas y tan clientelares que recordaron el modo de gobernar del franquismo. Se hizo gala, de entrada, de un pragmatismo carente de principios, de un pactismo que no respetaba promesa ni programa alguno. Todo esto se hizo, se desarrolló tras haber consensuado antes PSOE-PCE, un marco institucional propicio al nuevo despotismo. Una Constitución que ha hecho imposible cualquier representación que no sea la monopolizada por los partidos políticos, así como la coincidencia de la dirección de estos partidos con la del propio gobierno. Y, por si fuera poco, la voluntad de dichas direcciones partidistas a la voluntad de los lobbies de poder empresarial, generando un terreno propicio a la corrupción y el clientelismo.

Esto y los sucesivos gobiernos de PP y PSOE (incluido el actual), han llevado a la pérdida de legitimidad del estado español como representante de la ciudadanía y a la necesidad de un proceso que establezca un nuevo marco institucional que propicie el saneamiento político, con buenas prácticas que ayuden a desplazar el poder y el control de la toma de decisiones hacia la ciudadanía. Para que un proceso de este calado pudiera salir adelante tendría que suponer un objetivo ampliamente sentido por el pueblo, y apoyarse en una plataforma de movimientos sociales que tuviera como meta inequívoca el mencionado saneamiento.

La clave de este cambio estriba en que buena parte de las personas pasen de ser súbditos pasivos que refrendan uno u otro gobierno cada cuatro años a ser verdaderos ciudadanos políticamente activos, unidos en la protesta firme contra el oscurantismo y despotismo vigentes e implicados en promover procesos de participación que enjuicien y orienten la toma de decisiones. Y esto no se logra con un golpe de suerte electoral ni con consignas ideadas desde la cúpula de los partidos políticos, sino sobre todo por el trabajo diario de movimientos sociales que consigan animar a las personas a influir, con distintas formas de protesta o participación, en la toma de decisiones que les afectan y a establecer un marco institucional propicio para ello.

En mi opinión, estos requisitos no existen hoy. Y un verdadero proceso de revitalización de la democracia no puede prosperar sin que maduren convenientemente la deslegitimación del orden político vigente evidenciando la necesidad de cambiarlo.

LA ABSTENCIÓN COMO PROTESTA

Un rasgo característico del panorama electoral del estado español ha sido la importancia de la abstención: el número de abstencionistas ha venido superando usualmente al número que obtenían los partidos gobernantes. Pero por muy notable que fuera en ocasiones la abstención, nuestros políticos gobernantes han ninguneado siempre su importancia política. Y ello ha sido posible porque esa abstención no ha sido suscitada, explicada y vertebrada por ningún movimiento político a nivel andaluz ni estatal.

Los abstencionistas no tienen todos la misma afinidad ni la misma intencionalidad política. Están los que, como yo, no solemos votar porque no queremos animar el sistema con nuestro voto, porque no creemos en él, porque la experiencia nos muestra que genera representantes que no nos representan, que no cuentan con nosotros a la hora de decidir, que son insensibles a las demandas y problemas de la mayoría de la población, pero muy sensibles a las de los ricos y poderosos, y porque el panorama electoral no ofrece cambios, sino más de lo mismo. Este colectivo se verá engrosado por el creciente número de personas desengañadas por la política del sistema de partidos que gobiernan o quieren hacerlo, que optará por la abstención o por el “voto de castigo” o por el “voto del miedo” a otros partidos.

Pero el grupo de los que no votan es mucho más amplio. Alberga incluso a los que no votan porque ni siquiera saben o se les ocurre hacerlo, porque tal y como están las cosas el sistema los mantiene marginados, olvidados y no están en disposición de informarse de eso tan elemental que otros rechazamos: la democracia representativa. Este colectivo se solapa con el de personas serviles o dependientes que dicen no saber de política o no tener tiempo ni ganas para votar, como no sea bajo mandato. ¿Y no somos de esta ciudadanía abandonada a su suerte, a su “mala” suerte? Aunque no lo seamos, yo al menos me siento solidario con ella, y querría que tuvieran la oportunidad de elegir, de informarse, de optar y actuar libremente en política, y desearía que ellos se acercaran a nosotros.

¿No será el momento de utilizar la abstención como sal en la herida del sistema? ¿Es que no tiene el sistema heridas agrietadas? ¿Es que no importaría a esta democracia tener una abstención aún más alta? ¿No escocería a la mayoría repartida en opciones políticas que nos coláramos en esa grieta para salpimentarla? ¿No podríamos colarnos por ella ampliando ese 30% de la ciudadanía que no contribuye con su voto a justificar la coartada democrática?

En mi opinión, una propuesta de abstención como protesta activa supone el rechazo al actual sistema político, porque ofrece el caldo de cultivo adecuado para que el presente despotismo haya podido prosperar. La abstención se presentaría, así, como una forma de decir “no” al sistema, subrayando la necesidad de sustituirlo para establecer un nuevo sistema que propicie las buenas prácticas políticas. Haciendo que la transparencia y la participación sean moneda común. En la medida en la que el “no” ganara terreno en esta especie en “referéndum” de rechazo al sistema político ayudaría a formar una plataforma de movimientos sociales que exija un nuevo marco institucional más acorde con el proceso de nuevo escenario democrático, y haría de potente revulsivo sobre el mortecino panorama electoral de estos días.

La abstención se plantea así como un acto de desobediencia civil consciente justo cuando el sistema reclama a golpe de corneta la participación de la gente como votantes. Dicha campaña transmutaría, en suma, el pasotismo político alimentado por el sistema, en acción deslegitimadora del mismo orientada a restarle representatividad.

José Vico.



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