En 2020, cuando se cumplió el 55 aniversario de su asesinato y con motivo de la emisión en Netflix de una serie documental centrada en los puntos oscuros que siguen rodeando el asesinato de Malcolm, el Fiscal del Distrito de Manhattan reabrió el caso; en 2021, tres hijas del Malcolm X, Qubiliah, Ilyasah y Gamilah Shabazz, volvieron a solicitar la reapertura del caso al presentar una carta manuscrita del policía infiltrado Raymond Wood facilitada por familiares del policía neoyorquino fallecido en 2011. En dicha carta, Wood afirmaba que su misión de infiltración en los movimientos por los derechos civiles de las comunidades afroamericanas consistió en socavarlos desde dentro, alentando a la militancia a que cometieran delitos que los expusiera y los desacreditara públicamente. Respecto al asesinato de Malcolm X, Wood indicó que participó en el arresto de dos miembros del equipo de seguridad de Malcolm X días
antes de su asesinato.
Más allá de la autoría material, más allá de la injusticia que al respecto se cometió condenando a personas que no tuvieron nada que ver con el crimen, cabe reflexionar sobre la autoría intelectual, y ahí, las responsabilidades han venido apuntando, fundamentalmente, hacia el FBI y el departamento de policía de Nueva York, sin que se pueda descartar además la implicación en diferentes grados y formas de la CIA, de la Nación del Islam y del crimen organizado afroamericano. Edgar J. Hoover, el siniestro director del FBI, lo dejó claro en un telegrama dirigido a la oficina de Nueva York: “hay que hacer algo”. La Fiscalía de Manhattan acabó reconociendo que tanto la policía de Nueva York como el FBI se encargaron de ocultar pruebas que demostraban tanto la inocencia de Muhammad Abdul Aziz y Khalil Islam –condenados a prisión injustamente-, así como de aquellas que les incriminaban.
Con motivo del sesenta aniversario de su asesinato, serán muchos los artículos que recordarán el discurso liberador de Malcolm X a favor de la autodeterminación de las comunidades afroamericanas, sus diferencias y posterior ruptura con la Nación del Islam y su oscuro líder Elijah Muhammad, su decisivo viaje a La Meca, su visión emancipadora y global del islam, o sus encuentros con líderes revolucionarios como Fidel Castro, Gamal Abdel Nasser, Kwame NKrumah, Ben Bella, etc., sin embargo, a
partir de todo este acervo, cabría preguntarse sobre la utilidad política de Malcolm X en un aquí y un ahora muy concretos, el de la Andalucía de 2025, teniendo en cuenta los océanos de diferencias entre la Andalucía de hoy y las comunidades afroamericanas en las que Malcolm X predicó su discurso de liberación. La pregunta desde nuestro punto de vista solo puede tener una respuesta: sí. Pensamos que hay tres vectores fundamentales del pensamiento y la acción de Malcolm X que transcienden necesariamente su contexto histórico, social y cultural: uno es, inevitablemente, la cuestión del poder; el segundo, la cuestión de la lucha de liberación afroamericana –en nuestro caso, la andaluza- en el contexto internacional; y, por último, la cuestión de la identidad, en nuestro caso, la lucha por el respeto a nuestras señas de identidad andaluzas.
“Está en la naturaleza del poder retroceder sólo en presencia de un poder mayor”, Malcolm X.
En la idea de autodeterminación de Malcolm sobresalía la noción de auto organización de las comunidades, es decir, la capacidad de organización propia de la vida económica, social y cultural de las comunidades afroamericanas alejándose de los parámetros de opresión, miseria, desprecio y colonialismo interno establecidos por la América blanca
colonial e imperialista. Lógicamente, la cuestión del poder aquí y ahora está ligada no solamente al papel de Andalucía dentro del Estado español, la Unión Europea y en general el contexto internacional, sino que también lo está a las clases y a sus relaciones. Malcolm X al respecto no desarrolló un discurso de clase propiamente dicho en un sentido marxista,
pero si encontramos referencias imprecisas anticapitalistas, que curiosamente se parecen bastante a las ya hechas por Marx y Engels sobre el carácter vampírico de los capitalistas, o aquellas en las que afirma como el racismo es un fenómeno intrínseco del capitalismo; por otro lado, al Malcolm X más maduro no se le pasa por alto el rumbo socializante –o
socialista- que están tomando muchos de los países que se están liberando del yugo colonial, caso de Egipto, Argelia, Tanzania, Ghana, etc.
En todo caso, la cuestión del poder es central para Malcolm X, como lo fue durante el andalucismo de la llamada transición, cuando se acuñó la expresión “poder andaluz”; sin embargo, ese “poder andaluz” ha tenido diferentes maneras de formularse. El andalucismo hegemónico tanto el de aquellos años, como el de determinados sectores del actual, vienen entendiendo el “poder andaluz”, no como una expresión organizada y democrática del pueblo andaluz, es decir, de la clase obrera y de los sectores populares oprimidos de Andalucía en función de sus intereses nacionales y de clase, sino como más bien al poder institucional emanado de un poder superior español monárquico y postfranquista, que, en
última instancia, responde a los intereses de la oligarquía imperialista española. Ese poder andaluz se viene a concebir como un mero instrumento de negociación de una élite política andaluza en el reparto de fondos, inversiones, etc., en competencia con otras élites nacionales como las vascas y catalanas. Estas dinámicas de “poder andaluz” que se vienen arrastrando y actualizando desde la Transición para acá plantean una serie de problemas desde un punto de vista nacional y de clase: 1) entiende la construcción del “Estado de las autonomías” como el marco legal exclusivo donde se tienen que resolver los problemas crónicos de un país periférico como Andalucía: subdesarrollo, marginación, súper especialización económica, bajos salarios, dependencia, extractivismo, etc.; 2) cree que ese marco ofrece una igualdad de oportunidades con otras élites nacionales, como si en la estructura de poder del capitalismo español Andalucía tuviera el mismo papel que otras naciones y territorios del Estado español, es decir, no entiende que los males de Andalucía son estructurales y, por tanto no entiende que solo podrán tener solución si
desaparecen las estructuras de poder que condenan al pueblo andaluz; 3) en última instancia, esta visión del “poder andaluz” responde a la debilidad intrínseca propia de sectores de la pequeña y mediana burguesía y a su optimismo desarrollista que se expresa en una imitación de lo que se entienden como experiencias de éxito por parte de otras élites nacionales. El problema, tal y como hemos podido comprobar una y otra vez en nuestra Historia más reciente, es que estos discursos referidos a esta visión del “poder andaluz” han podido ser fácilmente absorbidos por los paridos del régimen español, tanto de derechas como de izquierdas, haciendo inútil toda apelación a un “partido andaluz” que defienda los intereses de Andalucía. La desaparición del Partido Andalucista y como
incluso antes de su muerte formal el cadáver ya estaba siendo devorado por PP y PSOE debería de servir de advertencia al respecto.
La opción de un “poder andaluz” que cuestione las estructuras y las relaciones de poder del capitalismo español, que rivalice y confronte con él y que se alíe a otros poderes nacional-populares, no termina de abrirse paso. Si bien es cierto que de un tiempo a esta parte hay una mayor pugna dentro del espacio amplio del andalucismo de izquierdas por el sentido del “poder andaluz”, la cuestión aún está lejos de decantarse por un por un “poder andaluz” soberano y rupturista que responda a los intereses obreros y populares, y más cuando se pervierten términos como soberanía, federalismo o confederalismo, “derecho a decidir”, autodeterminación, etc., para terminar finalmente cayendo en visiones que de una manera o de otra perpetúan el status quo en Andalucía.
Salvando las muchas distancias, las críticas que Malcolm X y el movimiento del Poder Negro, especialmente los Panteras Negras, plantearon respecto al movimiento por los derechos civiles, esto es, que no se trataba tanto de integrarse en la América blanca imperialista en una quimera de “igualdad de derechos”, sino más bien de romper con las estructuras de poder que sostenían –y siguen sosteniendo- el racismo y la opresión, pueden tener su reflejo en todo lo que estamos señalando.
Esta cuestión es fundamental y tiene importantes consecuencias prácticas aquí y ahora, especialmente en lo que se refiere a la crisis que afecta a las organizaciones obreras y populares andaluzas. El crecimiento de posiciones reaccionarias es proporcional a la actual debilidad de las estructuras organizativas del pueblo trabajador andaluz. Fácilmente,
podemos comprobar que donde no hay pueblo organizado la ideología reaccionaria cubre el hueco. Un discurso y, sobre todo, una praxis de construcción de poder popular andaluz es necesaria para frenar el virus reaccionario, pero también para romper con un progresismo español –con sus variantes andaluzas- elitista, incapaz de tener la más mínima empatía ante los sufrimientos populares y que es responsable de una frustración
desideologizada que termina siendo instrumentalizada por la reacción.
Lamentablemente, ese tipo de discursos y praxis aún no están lo suficientemente trabajados y asentados en el llamado andalucismo de izquierdas en sentido amplio, y peor aún, no se hace lo suficiente desde esos espacios por trazar una línea de distinción con ese falso progresismo.
Esto no quiere decir, en absoluto, que no se deba aprovechar los marcos legales ofrecidos por el Estado español, esto no quiere decir en absoluto que se renuncie a toda mejora que se pueda arrancar, no, solamente que estas cuestiones han de estar supeditadas en todo caso a la estrategia de un poder popular andaluz.
“Cualquier tipo de movimiento a favor de la libertad de los negros que se base únicamente en los confines de Estados Unidos está absolutamente condenado a fracasar (…)”, Malcolm X.
Decía acertadamente Malcolm X: “Y si esos pueblos de esas diferentes regiones empiezan a ver que el problema es el mismo problema, y si los 22 millones de norteamericanos negros vemos que nuestro problema es igual que el problema de los pueblos que están siendo oprimidos en Vietnam del Sur y en el Congo y en América Latina -pues los oprimidos de la tierra constituyen una mayoría y no una minoría- entonces afrontamos nuestros problemas como una mayoría que puede exigir y no como una minoría que tiene que suplicar”. ¿Hasta qué punto el andalucismo de izquierdas en sentido amplio es consciente del papel de Andalucía en el mundo actual? A lo sumo, solo se contempla exclusivamente Andalucía como parte del Estado español o, como mucho estirando el mapa, como “una región europea”. Resulta curioso e incluso paradójico, como en el andalucismo de izquierdas de la Transición se tenía una conciencia mayor del rol de
Andalucía en el contexto internacional, tanto el desaparecido PSA, como organizaciones de menor incidencia como el FLA o el FAL, fueron especialmente activos en situar a Andalucía en el contexto de la lucha de los pueblos del Mediterráneo y como puente de enlace con una América Latina en plena efervescencia guerrillera.
Si concebimos la soberanía nacional como un instrumento político para situar Andalucía en el mundo y romper con estructuras de dominación impuestas por un sistema mundial como es el capitalismo en su fase imperialista, entonces, el andalucismo de izquierdas en un sentido amplio, está, en unos casos fuera de lugar, o en otros, mucho peor, anhelando situarse en un idealizado Occidente presuntamente democrático, progresista y respetuoso con los derechos humanos, en una clara muestra de ese “imperialismo humanitario” del que hablara Jean Bricmont.
Esa visión de Andalucía desde el andalucismo como una periferia euromediterránea cuya lucha, a pesar de diferencias, se situaba del lado de los pueblos oprimidos y de aquellos regímenes políticos que procuraban un desarrollo independiente y soberano ajenos al neocolonialismo imperialista, es hoy una foto antigua en blanco y negro, como las de las manifestaciones del 4 de Diciembre de 1977.
Sin embargo, una posición que sitúe a la lucha por la soberanía nacional andaluza dentro del cuestionamiento de la internacionalización del capital y del esquema de división imperialista del mundo hegemonizado por los Estados Unidos es una cuestión vital. La concentración de instalaciones militares especialmente norteamericanas nos pone en el
punto de mira de cualquier conflicto mundial desatado por el imperialismo hegemónico norteamericano en sus ansias por detener su declive, independientemente de quien ocupe la Casa Blanca.
No solo podemos concebir nuestra situación de subalternidad dentro del marco español, en todo caso, ese marco propicia nuestro sacrificio a determinadas tareas, en primer lugar porque hay una oligarquía española que se beneficia de ello y que no hubiera llegado al status del que hoy disfruta sin esa zona de sacrifico llamada Andalucía desde el siglo XV,
y, en segundo lugar, porque de ello también se alimentan –y se han alimentado en el pasado- numerosos conglomerados internacionales. Más allá de la especialización en la agricultura en el interior y en el turismo y la construcción en las zonas de costas y grandes ciudades, Andalucía se encamina hacia un lugar de extracción de energías para el desarrollo de otras zonas del Estado y de la Unión Europea, caso de Alemania. Los planes de hacer de Andalucía un gran suministrador de hidrógeno verde (la Arabia Saudí del hidrógeno verde, dicen ya), en una estrategia de “colonialismo verde” que se complementa con las zonas expropiadas para huertos solares y con el auge de la minería necesaria para la llamada “transición ecológica”.
Por todo ello, no se entiende ni hay justificación alguna para determinadas posiciones dentro del espacio amplio del andalucismo de izquierdas que, por un miedo irracional y sin fundamentos a apoyar determinados “regímenes” que cuestionan el orden mundial imperante, terminan validando con las excusas fabricadas por la propaganda imperialista
de los derechos humanos las estrategias de dominación imperialista y condenando a quienes se oponen a ellas; tampoco se entiende la ambigüedad y la tibieza ante la Unión Europea que viene a enmarcar más aun a Andalucía en sus roles estructurales, parece igualmente, que se asume a la Unión Europea como una institución garante de unos supuestos valores de democracia y justicia social, y en todo caso, si no cumple con esos valores no es por ser lo que realmente es una estructura de dominación de las oligarquías europeas, especialmente alemana, sino por defectos corregibles en su función amiento.
“Los blancos no necesitan que nadie les recuerde que son seres humanos.
Nosotros, sí. Y esto es, sin discusión, lo mejor que Malcolm ha dado a su
pueblo”, Ossie Davis.
Parafraseando a Ossie Davis, otros pueblos no necesitan reclamar su propia existencia porque se da por hecho, los andaluces y andaluzas sí y más aún ante esta ola reaccionaria que estamos afrontando en la que la exaltación nacionalista española se ha colocado como un pilar fundamental, apelando a los viejos mitos nacionalistas basados entre otras cosas, en la islamofobia, el rechazo y la extranjerización de al Andalus y la consideración de Andalucía como un mero territorio de expansión y un producto subcultural de Castilla. Al respecto, la cuestión se complica todavía más cuando esas consideraciones del nacionalismo español son compartidas en parte por el progresismo español o incluso la izquierda revolucionaria, cuando no por el progresismo soberanista de diferentes naciones del Estado español. Y todo ello, como bien explicaba el sociólogo José María de los Santos dentro de ese movimiento de
sobrestimación y subestimación de la cultura y señas de identidad andaluzas.
Al respecto y en la lucha contra la llamada andaluzofobia, se están implementando desde las redes sociales ciertas estrategias de éxito que están consiguiendo poner en el centro la dignificación de nuestras señas de identidad, especialmente nuestra lengua. Sin embargo, se siguen sin resolver dos cuestiones importantes, dos auténticas patatas calientes: 1) se sigue haciendo una separación radical entre la lucha cultural y el papel estructural de Andalucía, se sigue sin tener en cuenta que la
discriminación, el rechazo cultural y lingüístico que sufrimos los andaluces y andaluzas no se puede separar en absoluto de nuestro rol como país dependiente y subalterno; 2) se sigue sin abrir el melón del debate de la religiosidad popular andaluza y su expresión en la Semana Santa o romerías populares, para hablar claro, entre el rechazo radical por considerarla una herencia nacional católica y un instrumento de dominación y sometimiento donde exalta el militarismo y el nacionalismo español, frente a interpretaciones que, por el contrario, destacan su carácter popular e incluso de cuestionamiento de las instituciones católicas, caben matices, grises, etc., y sobre todo un diálogo que no se da ni se propicia.
Por Antonio Torres.



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