Sería injusto no reconocer que ha realizado reformas en el ámbito económico prohibiendo inversiones en armas por ejemplo. Y ha degradado al Opus Dei de prelatura personal a una asociación y ha desenmascarado a los Legionarios de Cristo y a su fundador pederasta.
Pero Israel está viviendo un genocidio y su respuesta ha sido muy tibia. No ha tomado partido por la víctima: el pueblo palestino.
En las narices del Papa ha desaparecido el Derecho Internacional, no se acogen refugiados, se insulta a los menores no acompañados, se habla de invasión de inmigrantes y no se ha alzado la voz de manera clara contra el fascismo de su Estado vecino Italia o el de Trump.
Ha callado o ha hablado bajito ante las bravuconadas, la deportación de inmigrantes haciéndolos pasar por delincuentes y un largo etcétera. En lugar de entrar con el bisturí en la Iglesia hizo curas paliativas.
Juan XXIII en su momento intervino en situaciones geopoliticas de manera decidida y sí entró con bisturí convocando el Concilio Vaticano II y dialogó con la Unión Soviética
El mundo actual exige contundencia y tomar partido por la clase trabajadora y por todos los oprimidos, exige alzar la voz contra el capitalismo, al que ciertamente condenó pero se quedó en la superficie.
El único camino posible para los cristianos es unirse a los comunistas, acabar con el capitalismo y construir la sociedad socialista. Ser cristiano o comunista son dos caras de la misma moneda.
El nuevo Papa debería de ser de una línea continuista de Francisco, pero el mundo no exige un Papa reformista sino un Papa revolucionario que desenmascare a Occidente, el imperio del mal.
Por Joan Batlle.



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