Nota: El presente texto constituye un borrador inicial de una ponencia en preparación para ser discutida en las VIII Jornadas por la Constitución Andaluza, que se celebrarán el Isla Cristina el 28 y 29 de octubre de 2023.
El 21 de julio de 1873 -hace hoy 150 años-, tras el inicio de un movimiento insurreccional que recorrió toda Andalucía, se hacía publico un manifiesto que terminaba así: “¡Viva la Soberanía administrativa y económica del Estado de Andalucía!”.
Aprovechando esta efeméride, exploraremos el contenido de este manifiesto A los Federales de Andalucía, analizaremos el contexto en el que se produjo y trataremos de dirimir su importancia en la historia nacional de Andalucía y de su pueblo trabajador, a pesar de haber sido ignorado y minusvalorado frecuentemente por la historiografía oficial.
1. Andalucía en el contexto capitalista internacional
… de Andalucía vendrían los principales problemas que tendría que afrontar. El cantonalismo meridional se había convertido de hecho en un verdadero secesionismo.
Cuenca Toribio, J. M (1985) “La I República”, Cuadernos, Madrid: Historia 16.
La Andalucía de 1873 se insertaba en un mundo capitalista en el que imperaba una caída general en las tasas de ganancia. Eran los inicios de una gran depresión (Wallerstein, 2016: 175) que se ha descrito como la auténtica primera crisis capitalista internacional (Roberts, 2016: 45). Hasta entonces el orden liberal mundial del siglo XIX, bajo hegemonía británica (Wallerstein, 2016: 183), se había construido en torno a tres ejes: un mercado fuerte, un Estado fuerte y un sistema interestatal fuerte (Wallerstein, 2016: 175). El pretendido libre comercio de la época era una mera proclama de la burguesía para aplicar el proteccionismo. Una estrategia que protegía las ventajas de aquellos Estados que en un momento dado estaban gozando de mayores eficiencias económicas (Wallerstein, 2016: 184). Las potencias de la época, la hegemónica Gran Bretaña y su aliado natural, Francia (Wallerstein, 2016: 139), necesitaban lanzarse a la carrera imperialista para sostener sus tasas de ganancia; hacerse con nuevos espacios y recursos.
En este punto entra el Estado español y el políticamente convulso siglo XIX, incluidos los gobiernos nacidos de la revolución de 1868 (“Septembrina”) y siguientes. Capitales ingleses y franceses llegaron al Estado español en busca de esos recursos, fundamentalmente de las riquezas del subsuelo. La creación del Estado liberal-nacional de la época fue también la creación del Estado liberal imperial (Wallerstein, 2016: 193), que un parlamentario británico definió gráficamente así: “Las naciones extranjeras se convertirán en valiosas colonias para nosotros sin imponernos la responsabilidad de gobernarlas” (Wallerstein, 2016: 187). Para ello era imprescindible la intervención e injerencia en los asuntos políticos de otros Estados. El Estado liberal-imperial tenía un carácter reformista, a la vez que fomentaba el crecimiento económico capitalista y domaba a las clases peligrosas (Wallerstein, 2016: 209) a través de la represión o, si era posible, de la consolidación del partido obrero burgués en los países centrales (Lenin, 1985: 181).
El Estado español del siglo XIX se caracterizaba por ser el resultado de una revolución burguesa fallida. Con una aristocracia poderosa y una burguesía débil, se encontraba en plena decadencia, aún sin haber llegado a culminar su constitución como Estado-nación y sujeto a la influencia de las potencias hegemónicas europeas. Es esta influencia la que explica la promulgación de la Ley de Minas de 1868 que liberalizó los abundantes recursos minerales andaluces a cambio del socorro financiero británico directo a la hacienda estatal. De hecho, multinacionales británicas y francesas ya se habían instalado en yacimientos andaluces durante el reinado de Isabel II. Como homenaje a esa presencia colonial que se ha prolongado hasta hace bien poco, en Andalucía quedan instalaciones denominadas “muelle” y “cable inglés” en los puertos de Huelva y Almería. Dos instalaciones que unían sendas minas de Ríotinto y Alquife con los espacios portuarios desde los que se exportaba el mineral.
Al final del reinado de Isabel II el Estado español tenía que afrontar la Guerra Grande de los independentistas cubanos, que había empezado en 1868, mientras intentaba desembarazarse de su primera gran crisis financiera producida en 1866 (Lacomba, 1973: 19).

En cuanto a nuestro país, hay una serie de transformaciones económicas previas que nos pueden servir para entender la revolución cantonal:
– La población creció durante el siglo XIX casi duplicándose, multiplicándose por 1,85i.
– La siderurgia andaluza se desarrolló a partir de 1826 con los Altos hornos de Marbella y El Pedroso junto a la industria textil malagueña (ésta a partir de 1846) y comenzó a decaer en el último tercio de siglo.
– Las desamortizaciones facilitaron que la tierra terminase yendo a parar a las manos de la burguesía así que, llegados los años 60 del siglo XIX, había aumentado el número de jornaleros a consecuencia de la proletarización del pequeño y mediano campesinado. Y, fruto de estas desamortizaciones, un sector amplio de la nobleza se había convertido en burguesía terrateniente por la desvinculación de los bienes que antes estaban en “manos muertas”.
Por otra parte, hay que tener en cuenta la conformación de una burguesía nacional andaluza. En 1822 el diputado radical José Moreno Guerra planteó que “Andalucía se constituy[ese] en república”. Se conformó la Junta Soberana de Andalucía en 1835, cuando Mendizábal desde Madrid pidió que se disolvieran sus fuerzas al dimitir el conservador Conde de Toreno. La desconfianza andaluza ante el gobierno de Isabel II les hizo mantenerse en armas durante cinco meses, a la espera de las decisiones políticas de Mendizábal. Durante ese tiempo Andalucía tenía un ejército propio denominado “Ejército de Andalucía”. En los años 50 de este siglo apareció la Unión Andaluza, una especie de asociación fundada por Francisco María Tubino, uno de los firmantes del manifiesto independentista “A los Federales de Andalucía” y fundador de la revista La Andalucía. Se produjeron sublevaciones campesinas como la de Loja en 1861… Todos estos acontecimientos tienen un elemento común: la génesis de un pensamiento político propio y un devenir diferenciado frente al Estado español. Andalucía se comportaba como un marco autónomo de lucha de clases que alimentaba un pensamiento político específico.
También tenemos considerar las contradicciones entre las fracciones de la burguesía. Mientras la burguesía terrateniente estaba extremadamente interesada en sostener el Estado español unitario y las políticas proteccionistas de Madrid -era productora de cereal y aceituna (y derivados) y no tenía especial interés en la bajada de los aranceles-, las circunstancias de la mediana y pequeña burguesía urbana eran circunstancias. Obligada por unos intereses encontrados con los terratenientes y por su empobrecimiento progresivo, paulatinamente se fue acercando a la clase obrera.
Unos intereses, los del Pueblo Trabajador Andaluz y la pequeña burguesía, que chocaban también con los de otras burguesías del Estado como la burguesía industrial catalana que, en su lucha contra el cambio de orientación hacia el librecambismo que marcaba la Ley de Bases Arancelarias (el llamado Arancel de Figuerola) de 1869, “patrocinará la Restauración” y las corrientes reaccionarias del Sexenio (Lacomba, 1973: 46).
Este patriciado urbano, en torno a la cual se articula ese embrión de burguesía nacional andaluza, va a ir desapareciendo durante el siglo XIX, laminado por la gran burguesía agraria. Esta era “la única que saboreaba el triunfo de la Revolución, por lo que los pequeñoburgueses decidieron sabotearla” (Pérez, 2013: 58).
Fruto de todo ello existía “una tendencia ineluctable, voluntaria o no, de transformación de la pequeña burguesía en fracción de la clase trabajadora”, porque “la pequeña burguesía andaluza fue capaz de desacralizar la propiedad privada que se inhibía de los intereses sociales”. Un hecho fundamentado en una realidad material, ya que su función principal “se centraba en la producción de bienes de consumo, por lo que no desempeñaba funciones importantes en los estadios superiores del proceso productivo” (Pérez, 2013: 59). A la altura de 1873, esa pequeña burguesía era un sector radicalizado proclive a vincularse a la clase obrera andaluza.
Quizás sea interesante finalizar esta introducción con un fragmento de La Andalucía, el periódico de Tubino, que sirvió como órgano de unión de esa burguesía nacional de carácter eminentemente urbano, y que recoge este apoyo a la revolución cantonal:
¿Hay que hacer revolucionariamente la federación? Pues hagámosla en seguida, rompamos todo lazo de obediencia con Madrid que es la causa eficiente de todas nuestras desventuras; defendamos nuestro territorio contra toda agresión extraña… (Peyrou, 2023: 308)
2. Causas inmediatas de la insurrección cantonal andaluza
Los traidores de la República, unidos a los traidores de Amadeo, los apóstatas de la Revolución de Setiembre, a los apóstatas y traidores de todas las situaciones y de todos los partidos […] han constituido un Gobierno más conservador, más reaccionario, más centralizador, más adversario de las reformas administrativas y económicas que el anterior gobierno.
Manifiesto “A los Federales de Andalucía”. 1873.
Isabel II fue obligada a abandonar el Estado español en 1868, constituyéndose un Gobierno provisional. En septiembre se produjo un pronunciamiento militar en Cádiz, que fue apoyado rápidamente por las principales ciudades andaluzas, así como por otros núcleos del Estado español.
El vacío de poder se ocupó con la proclamación de unas Juntas Revolucionarias provinciales (con su correlato estatal) y la constitución de milicias. En este movimiento los manifiestos de las Juntas de Sevilla y Málaga destacan ya por ser los más avanzados en sus propuestas políticas y económicas (Bernal, 1980: 13).
El Gobierno provisional, ya en el mismo mes de septiembre, había manifestado su inclinación hacia la monarquía como forma de Estado, lo que hizo reaccionar a un sector amplio del republicanismo refundando el Partido Demócrata como Partido Republicano Democrático Federal, con una amplia representación andaluza.
El llamado del gobierno de Madrid a la disolución de las Juntas Revolucionarias formadas en septiembre para expulsar a Isabel II se topó con la negativa de las Juntas gaditana y malagueña. Éste es el origen de la revolución de las barricadas del 4 de diciembre de 1868ii y el “primer síntoma de una «revolución traicionada» que iría radicalizando al sector más progresista de los federales andaluces” acercándolos a la I Internacional (Ruiz, 1980: 163).
Esta insurrección de diciembre estuvo comandada por Fermín Salvochea -que en 1873 asumiría un papel principal en el cantón gaditano- y luego se extendió a Málaga, Granada…, confirmando el carácter revolucionario del republicanismo federal de Andalucía. Hasta el 15 de diciembre Cádiz estuvo protegida con barricadas, cuando se produjo la intervención militar del general Caballero de Rodas (Millán-Chivite, 1987: 408).
La resistencia a disolver la Junta malagueña fue aún más tenaz, llegando la Armada española a bombardear Málaga desde el puerto, produciéndose gran número de bajas y obteniendo la rendición de la ciudad el 2 de enero de 1869 (Bernal, 1980: 15). La de Málaga no fue la última insurrección contra Madrid, ya que en días posteriores se produjeron otras en Sevilla y Jerez “que apenas sí encontraron acogida” más allá de las fronteras de Andalucía (Bernal, 1980: 15). La dura represión del Gobierno español provocó al menos 3.000 muertos en el país andaluz (Ruiz, 1980: 163).
Las distancias entre el burgués Gobierno Provisional y los republicanos federales eran ya insalvables; el republicanismo tuvo entonces su primera división profunda (Jaén, 2017: 36) entre quienes querían mantenerse en el plano de la lucha institucional (federales benévolos) y quienes apostaban por la vía insurreccional (federales intransigentes). Pero las diferencias con el Gobierno Provisional crecieron aún más con el decreto de Madrid, que en diciembre de 1868 conminaba a la devolución de las tierras ocupadas en los meses anteriores, encontrándose con una fuerte resistencia popular en el valle de Abdalajís, Montoro o el Puerto de Santa María (León, 2000: 23)iii.
Las inclinaciones reales del Gobierno provisional se confirmaron en la Constitución aprobada el 6 de junio de 1869, que establecía en su artículo 33 como forma de Estado la monárquica. La Constitución de 1869 fue un fiasco porque, además de monárquica, adolecía de “la ausencia del modelo federal” (Santiago, 2022).
En este estado de cosas los republicanos federales continuaron organizándose y el 12 de junio de 1869 se suscribió en Córdoba el Pacto Confederal de Andalucía, Extremadura y Murcia, en el que se denunciaba que el Gobierno Provisional consideraba Andalucía como un “ensanche territorial” anexionado a Castilla (León, 2000: 25).
En octubre del mismo año el Gobierno Provisional declaró el estado de sitio en las provincias de Cádiz, Málaga, Córdoba y Sevilla tras una sublevación de los federales andaluces -que, desde Cádiz y divididos en dos partidas dirigidas por Paul y Angulo y Fermín Salvochea, se extendió también por Jaén y Granada-, que lo obligó a recurrir al Ejército para controlarla (León, 2000: 23).

La monarquía de Amadeo se instauró en 1871, pero fue breve y cayó a los dos años, a principios de 1873. La I República que se instauró en febrero del mismo año. Pero las clases populares andaluzas confirmaron de nuevo que aspiraban a mucho más que a un cambio en la forma del Estado que los gobernaba. Solo un día después de su instauración, era ajusticiado en Montilla el burgués más rico del pueblo en un aviso para la dominación burguesa; son los denominados “sucesos de Montilla” (Cuenca, 1985: 14).
Los federales intransigentes andaluces esperaban su momento. Ya durante el reinado de Amadeo I el eco de la Comuna de París había evidenciado las distintas líneas políticas en el seno del sector más progresista: los republicanos federales. En mayo de 1871, las declaraciones de Sagasta en las Cortes, en las que se refirió a la revolución comunera como “los criminales sucesos de París” y afirmó que los refugiados parisinos en la península serían entregados a las autoridades de Thiers, provocaron la votación de una moción en el Congreso en apoyo a la actitud del Gobierno. Tan solo 25 votos de los federales rechazaron la moción favorable al gobierno burgués francés, contra 235 votos que la aprobaron. Pero dejaremos para más adelante la influencia que la Comuna de París tuvo sobre la revolución cantonal andaluza.
El 9 de marzo de 1873 se proclamó el Estado catalán bajo la presión de federales intransigentes catalanes e internacionalistas, con la participación destacada entre estos últimos del médico andaluz José García Viñas. Las negociaciones con el gobierno de Madrid terminaron con la suspensión de dicha declaración a cambio de la disolución del Ejército regular, que fue sustituido por uno de voluntarios.
El 8 de junio se proclamó la República Democrática Federal. El 11 de junio fue nombrado presidente Pi i Margall -principal figura teórica del republicanismo federal y ministro de la gobernación anteriormente-, que presentó un programa de gobierno, bajo el lema “Orden y reformas”, juzgado como insuficiente en sus medidas económicas, puesto que no abolía estancos, consumos y aranceles judiciales. El 20 de junio se anunció la creación de una comisión para redactar un proyecto de Constitución Federal, así como elecciones municipales para el mes de julio. Ambas medidas anunciaban que el gobierno de Pi i Margall iba por unos derroteros antagónicos a la doctrina política que había propugnado y que su verdadera pretensión era consolidar el Estado español centralista. El federal andaluz Roque Barcia desautorizó las elecciones al considerarlas un proceso «monstruoso» e hizo un llamamiento para la constitución de «juntas de gobierno para realizar la soberanía administrativa y económica de los Estados» (García, 2023: 181).
El último paso lo dio Pi i Margall el 30 de junio, cuando solicitó a las Cortes facultades extraordinarias para acabar con la guerra carlista, aunque limitadas al País Vasco-Navarro y a Cataluña. Los federales intransigentes -o cantonales- se opusieron radicalmente a la propuesta porque entendían su carácter excepcional, que suponía la pérdida de la democracia, aunque el Gobierno les aseguró que solo se aplicaría a los carlistas y no a los republicanos federales. La respuesta de los intransigentes -denominados así por negarse a transigir con la traición del político catalán y principal teórico del federalismo-confederalismo- a la asunción de poderes excepcionales por parte del Gobierno de Pi i Margall fue abandonar las Cortes el 1 de julio.
A partir de entonces las insurrecciones cantonales estaban en marcha. El objetivo era construir el poder político de abajo hacia arriba con las armas, ante la evidencia de que la vía institucional había fracasado.
En cuanto a política económica, el continuismo de la I República con los anteriores gobiernos españoles era apabullante. Acosado por las deudas desde tiempos de Isabel II, Madrid continuaba mercadeando con los recursos andaluces. En febrero de 1873 vendió el yacimiento de Ríotinto a una compañía británica (Cuenca, 1985: 8) por 92,8 millones de pesetas.
La desesperación ante la decepción que supuso para los federales intransigentes la I República la ejemplifica el jienense León Merino al declarar: “…después de cuatro meses y medio de república existe un Gobierno que no ha proclamado ni una siquiera de las reformas que a grandes voces y en todas partes ofrecían los gobernantes al pueblo oprimido” (Jaén, 2017: 44).
El otro elemento a considerar en esos momentos era el movimiento obrero andaluz -bajo la égida de la anarquista AIT-. En las semanas previas a la revolución cantonal, la I República no podía abstraerse de su carácter burgués.
Se produjeron ataques al movimiento obrero por parte de “alcaldes y gobernadores”, según denunció la facción barcelonesa de la Federación Regional Española de la AIT, que afirmó, además, que se atentaba “deliberada y preferentemente contra los internacionales, se nos cercenan nuestras libertades y se escarnece nuestro derecho” en localidades andaluzas como Sanlúcar, Jerez, Paradas, Alhaurín, Carmona (Lida, 1973: 362), Sevilla y El Viso.
La relación entre internacionalistas y federales intransigentes en Andalucía era estrecha, siendo en muchos casos los mismos militantes o identificando ambas doctrinas como “una misma cosa” (Calero, 1987: 24). En las organizaciones de federales intransigentes de Granada, El Arahal, Medina Sidonia o del marco de Jerez esa doble militancia era moneda corriente (López, 2009: 72).
3. Comienza la revolución cantonal: se proclama la independencia de Andalucía
En Despeñaperros, histórico e inexpugnable baluarte de la libertad, se enarboló ayer, por las fuerzas federales que mandan los que suscriben, la bandera de independencia del Estado Andaluz.
Manifiesto “A los Federales de Andalucía”. 1873.
Los cantonales constituyeron el cantón de Cartagena el 12 de julio de 1873, el primero, en el que jugó un destacado papel el onubense Roque Barciaiv. Ya se había producido un ensayo insurreccional de tintes algo más moderados con la proclamación de la República Social en Sevilla el 30 de junio.
La insurrección cantonal no se produjo solo en Andalucía, pero fue en nuestro país donde más intensamente apareció y donde adquirió unas características y posiciones políticas propias que pasaron por declarar nuestra independencia nacional.
Proclamado el cantón de Cartagena de Roque Barcia, el 19 se proclamó el cantón de Sevilla, Cádiz y Málaga (Pavía, 1878: 11). El de Granada el día 20 y así sucesivamente.
El 19 de julio el presidente de la I República, Nicolás Salmerón, encomendó al general Pavía -un general destacado por su servicio a la oligarquía y que terminaría dando un golpe de estado que acabó con la I República- el aplastamiento de la Andalucía insurrecta, añadiendo “que si conseguía que un soldado disparara su fusil contra un cantonal, se habría salvado el orden” (Pavía, 1878: 23).

Los cantonales andaluces cortaron la vía férrea de Madrid a Córdoba en Sierra Morena y vigilaron las vías para “oponerse al paso de los trenes y a la marcha de las tropas e impedir que fueran refuerzos del Ejército” (Pavía, 1878: 23). Con toda probabilidad a estas partidas de federales andaluces se refiere el Manifiesto “A los Federales andaluces” cuando dice: “En Despeñaperros, histórico e inexpugnable baluarte de la libertad, se enarboló ayer, por las fuerzas federales que mandan los que suscriben, la bandera de independencia del Estado Andaluz” (el subrayado es nuestro). Pero al manifiesto nos vamos a dedicar con más detalle más adelante.
Pavía se desplazó hasta Ciudad Real para penetrar en nuestro país por el norte de la demarcación provincial de Córdoba, evitando el paso cortado de Despeñaperros. Consiguió hacerse con la ciudad el día 23. Evitaba así el plan de los federales andaluces de hacer de la ciudad califal el “punto estratégico de toda Andalucía” para los insurrectos (Pavía, 1878: 25).
La renuncia de los cantonales de Málaga y Granada a marchar en apoyo de Córdoba constituyó un error que permitió a las tropas de Pavía desarmar a los cantonales cordobeses y disolver las partidas de Despeñaperros (Pavía, 1878: 32-33).
A partir del día 26 Pavía envió tropas a Sevilla, para desplazarse después hacia Cádiz. Posteriormente se dirigió hacia el centro de Andalucía, cayendo el cantón de Granada y otros Comités de Salud Pública de las comarcas centrales del país.
Tras la amenaza de las tropas de Pavía y con varios navíos de guerra ingleses, franceses y alemanes apuntando a la ciudad, Málaga fue sometida el 19 de septiembre de 1873 (Bernal, 1980: 21). Descontando Cartagena, Málaga fue la última ciudad en caer en manos de las tropas del gobierno español, el 19 de septiembre de 1873.
4. La proclamación de la independencia de Andalucía del 23 de julio de 1873
Si el pueblo soberano quiere ejercer su Soberanía, ¿cómo, con qué derecho, esta Asamblea y este gobierno se oponen a la inmediata constitución de los Estados y a la consiguiente proclamación de su independencia administrativa y económica?
Manifiesto “A los Federales de Andalucía”. 1873.
El manifiesto “A los Federales de Andalucía” es un texto que fue leído y hecho público en Sierra Morena por los republicanos federales andaluces intransigentes el 21 de julio de 1873. Los cantones que se constituyeron eran una forma de poder erigido desde abajo que se articulaba como contrapoder frente a las instituciones burguesas de la I República.
Hemos de precisar que cuando hablamos de “federales” y “federación” en realidad estamos hablando de confederación. Aunque en el manifiesto, y en el siglo XIX en general, se hable constantemente de “federalismo”, se refiere a un modelo confederal. La confusión probablemente tenga su origen en el hecho de que Montesquieu llamase “federación” a lo que en teoría del Estado corresponde a confederación. Los propios teóricos que tuvieron una influencia directa en los federales andaluces (Pi i Margall y Proudhon) hablaron indistintamente de federación y confederación para referirse a la necesidad de establecer un pacto confederal (Pérez, 2013: 27). Los cantonales andaluces propusieron un proyecto de federación -o más bien confederación- de varias entidades soberanas que delegarían algunas de sus atribuciones en una entidad común. El individuo delegaba en el municipio, éste en el cantón y el cantón en la Federación Andaluza, articulándose desde abajo hacia arriba.

El manifiesto se contextualiza en la revolución cantonal que, como hemos visto, no se dio solo en Andalucía, pero expresa una voluntad común de los cantonales andaluces en su apuesta por una federación propia, por un Estado andaluz.
En la primera parte del Manifiesto de los Federales Andaluces se hace un análisis de lo ocurrido durante la I República y en los años que anteceden a la misma. Explica en esa parte cómo las aspiraciones de las clases populares andaluzas han sido traicionadas por las distintas “revoluciones” que se han dado: la de 1868, la de las barricadas… ¿Qué habría que hacer ahora? Los cantonales proponen:
…Completemos la regeneración social y política de esta tierra clásica de la libertad y de la independencia. Formemos nuestro ejército federal: constituyamos nuestros Cantones, elijamos nuestra Asamblea, y bien pronto desaparecerá el carlismo y caerá para no levantarse más la reacción hipócrita y traidora, germen latente de nuestras discordias, de nuestro empobrecimiento, de nuestro malestar.
«Formemos nuestro ejército, constituyamos nuestros cantones, elijamos nuestra asamblea». El manifiesto “A los Federales andaluces” es una propuesta de constitución de una nueva institucionalidad popular creada desde abajo, frente a la consolidación del Estado burgués español que pretendía la I República.
Unión íntima, unión fraternal entre todos nosotros. Ínterin se constituyen los Cantones del Estado Andaluz, fórmense los Comités de salud pública, como en Madrid y demás provincias: no reconozcamos otra autoridad que la de nuestros Cantones…
Y concluyen el manifiesto con las proclamas: “¡Viva la Soberanía administrativa y económica del Estado de Andalucía! ¡Viva la República Federal con todas sus reformas sociales!”. Ése es el planteamiento general en el que se enmarca la revolución cantonal.
Tal y como lo cuenta un historiador reaccionario como Constancio Bernaldo del Quirós:
En los últimos momentos de la efímera vida de la República, el cantón andaluz derivó hacia formas sociales radicales. Sevilla Cádiz, Jerez, Granada y Málaga se declaran independientes; Córdoba y Jaén lo intentan vanamente; y en todas partes hay una gran llamarada repentina… (Revista Andalucía, 13 de agosto de 1919).
La revolución cantonal andaluza ha sido víctima de una historiografía oficial que la ha asociado al caos, los conflictos internos y el localismo. Sin embargo, el propio manifiesto “A los Federales Andaluces” -del que se cumplen hoy 150 años- proclama la soberanía del Estado andaluz manifestando una voluntad de organización nacional andaluza.
Su carácter eminentemente andaluz se evidencia en los casi tres decenas de cantones andaluces del aproximadamente medio centenar de cantones que aparecen en el verano de 1873. Más de la mitad. Y es que, en las elecciones a Cortes de marzo de 1873 en Andalucía, 69 de los 74 diputados elegidos eran republicanos federales (Bernal, 1980: 43). Ya antes de la revolución cantonal el federal jerezano Paúl y Angulo señaló cómo -en la batalla de Alcolea del 28 de septiembre de 1868 en la que participó derrotando a los adeptos a Isabel II y poniendo fin a su reinado- “no fue el general Serrano quien ganó la batalla de Alcolea, sino el pueblo cantonal andaluz…” (Ruiz, 1980: 164). El Manifiesto del Cantón Andaluz de Sevilla, aunque con un carácter político más dubitativo con respecto al gobierno de Pi i Margall, concluye con un “¡Viva el Cantón Andaluz!” (Lida, 1973: 364). El parte del Comité de Salud Pública de Cádiz del 19 de julio también recoge la dimensión política nacional del movimiento insurgente y proclama: “De esperar es que los pueblos todos de la provincia, que los ciudadanos de Andalucía, respondan al llamamiento de sus hermanos de esta…” (Lida, 1973: 364). Además, desde los constituidos Comités de Salud Pública de Málaga, Sevilla y Cádiz a partir de los inicios de la insurrección cantonal se hacen llamados a sumarse al movimiento al resto de Andalucía y pretendían establecer la capital de la Andalucía cantonal en Córdoba (Pavía, 1878: 25). Y se establecerán entre cantones relaciones de solidaridad y apoyo mutuo (León, 2000: 38).
Todo ello apunta a un proyecto colectivo en torno a la construcción de una Andalucía soberana en lo institucional y con un avanzado programa económico-social protosocialista, como veremos a continuación.
5. En Andalucía, cantón quiere decir Comuna
…esta Asamblea, al constituirse proclamó solemnemente la República Federal: y esta forma de gobierno lleva en sí la inmediata formación de los Estados confederados y el planteamiento por estos de las reformas administrativas y económicas que crean convenientes.
Manifiesto “A los Federales de Andalucía”. 1873.
Cada cantón, al proclamarse, poseía su institución de gobierno primigenia: el Comité de Salud Pública. No podemos olvidar que los Comités de Salud Pública eran las instituciones que durante la Comuna de París -que apareció solo dos años antes de la revolución cantonal, en 1871- pretendían sustituir a las instituciones burguesas.
Hubo una influencia directa de la Comuna en la revolución cantonal, ya que comunalistas franceses se refugiaron en el Estado español desde los primeros alzamientos en 1870 (Lida, 1973: 31). Su significado “excedió el mero aspecto numérico e incidió directamente sobre el desarrollo de una conciencia insurreccional y autonomista” entre los republicanos federales del Estado español (Lida, 1973: 31).
La Comuna fue clave para el movimiento obrero, demostrando “que era una forma política perfectamente flexible, a diferencia de las formas anteriores de gobierno, que habían sido todas fundamentalmente represivas”, “la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo” (Marx, 1973: 236). Y también lo fue para los federales intransigentes y los internacionalistas andaluces.
El federal andaluz Ramón de Cala, que participó en el cantón de Jerez, dedicó un extenso estudio a la Comuna en su libro Los Comuneros de París editado en 1871-72. En él declaró su simpatía por los comuneros y su adhesión a los objetivos revolucionarios de la Internacional (abolición del trabajo asalariado, libre asociación de productores…) (Álvarez, 1973: 4), e insistió en el centralismo como una de las causas de su aparición: “La centralización desmedida del imperio hizo surgir en todos los ánimos la aspiración a la autonomía de los pueblos” (Cala, 1871: 52). Los ejemplos insurreccionales de que disponían los cantonales andaluces “eran las interpretaciones difundidas sobre las revoluciones de 1848 y, sobre todo, de la Comuna” (López, 2009: 67).
Pero lo que inspiraba a los de abajo aterrorizaba a la oligarquía del Estado español. Tanto es así que el periódico El Pueblo, del burgués republicanismo unitario o centralistav, afirmaba que “la Comuna no es república, porque ataca la propiedad, el orden, el poder central y el patriotismo” (Álvarez, 1971: 3).
Esta identificación del cantón con la Comuna no es solo fruto de la influencia de un hecho histórico. Hay una íntima conexión entre los federales andaluces y las incipientes federaciones adscritas a la I Internacional (Bernal, 1980: 18). Su condicionamiento y adhesión a la expresión organizativa genuina del movimiento obrero, la I Internacional, es variable, pero coinciden en su rechazo a la construcción del Estado español hasta el punto de convertir el federalismo en cantonalismo (Lacomba, 1973: 36).
Es una rebelión en la que se mezclan distintos elementos, vertebrados en torno a un rechazo del centralismo; una lucha contra el Estado construido de arriba hacia abajo que ejemplifica el parte del Comité de Salud Pública de Cádiz: “El Comité se ocupará sin descanso en la adopción de las medidas necesarias para salvar la república y contrarrestar el espíritu centralizador de las organizaciones políticas pasadas…” (Lida, 1973: 365).
El carácter independentista de la revolución cantonal andaluza corre también en paralelo con el antipatriotismo que la prensa española vio dos años antes en la Comuna. Del París libre hablaban así: “Que los comuneros admitieran a extranjeros en sus filas y que derribaran la columna Vendôme, erigida en honor a las glorias de Napoleón, eran ataques al patriotismo insoportables”. Una acusación que se hizo extensiva a la Internacional y a los federales intransigentes andaluces (Álvarez, 1971: 9). Y es que se trataba “no de hacer pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como venía sucediendo hasta ahora, sino de demolerla, y ésta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente” (Marx, 1973: 444).

Por eso se crean por doquier Comités de Salud Pública, algunos de los cuales no llegan a proclamarse cantón ni a adherirse a cantones previamente existentes. Los hay en Güevejar, Santa Fe, Pulianas… En cuanto a los cantones, la lista es larga, pero distintas fuentes historiográficas atestiguan la constitución de cantones en Algeciras, Granada, Motril, Andújar, Arjona, Bailén, Béjar, Cádiz (al que se incorporaron al menos 9 ciudades de la demarcación provincial), Écija, Fuenteovejuna, Gualchos, Íllora, Linares, Málaga, Motril, Sevilla, Tarifa, Utrera…
No exentos de heterogeneidad, los cantones andaluces desplegaron un programa que evidenciaba que estaban compuestos y enormemente condicionados por un proletariado que estaba exigiendo alternativas a sus problemas y que no tenía ningún interés en interpretaciones “armonistas de las relaciones sociales” (López, 2009: 71) que no solucionasen la radical desigualdad en la que vivían.
Por ejemplo, el cantón granadino -que se proclamó el 20 de julio de 1873- tomó como primeras medidas la eliminación de los privilegios que había concedido la monarquía, el libre cultivo de tabaco, la separación radical de la Iglesia y el Estado o la revisión de los títulos de propiedad (Bernal, 1980: 21). En Jerez, el Comité de Salud Pública decretó la abolición del impuesto de consumos, el del tabaco y la sal (Márquez, 1978: 21). El Comité de Salud Pública gaditano -presidido por Fermín Salvochea- promulgó la desamortización, confiscación y subasta de propiedades eclesiásticas, suprimió el impuesto de consumos, sustituyéndolo por un impuesto directo al capital, prohibió la enseñanza religiosa o transformó el camposanto en cementerio civil (Millán-Chivite, 1987: 410). El cantón de Íllora con el apoyo del granadino se dispusó a tomar la finca del duque de Wellington (“Soto de Roma”) -defendida por decenas de guardia civilesvi– que solo pudo impedir la llegada del general Pavía (Robles, 2108). En otros cantones se atestigua el indulto a los presos políticos, medidas en pro de la mejora de condiciones de la clase obrera, secularización de los bienes del clero, supresión de los estancos de sal, pólvora y tabaco o la abolición de las quintas, reemplazadas por milicias de voluntarios (Lida, 1973: 32).
6º Las clases populares a la cabeza de la revolución cantonal andaluza
…Terminemos, pues, nuestra obra. Completemos la regeneración social y política de esta tierra clásica de la libertad y de la independencia.
Manifiesto “A los Federales de Andalucía”. 1873.
El motor de la revolución cantonal, como hemos visto, fueron las clases populares, acompañadas por algunos sectores de la pequeña burguesía. Unas fuerzas populares que, si tomamos el ejemplo del cantón de Málaga, pesaban “de una manera onerosa e incalificable, y la voluntad de ellas imperaba en todas partes” (Pavía, 1878: 12).
Si nos centramos ahora en esas clases populares andaluzas hemos de hablar de la Federación Regional Española (FRE) de la I Internacional o AIT, que organizaba a un sector representativo de ellas. La enorme influencia que el anarquismo tuvo en la FRE se plasma en su adhesión en el congreso de Córdoba (diciembre de 1872) al pacto de Sant Imier, rechazando las tesis de Marx (Bernal, 1980: 23). Ilegalizada bajo el reinado de Amadeo I, en enero de 1872, contaba con una nutrida presencia en Andalucía, donde se asentaban 47 federaciones de las 210 del Estado.

La I República española era considerada por este sector proletario como un nuevo parche a la dominación burguesa (Cuenca, 1985: 6). Y en ese rechazo conectaba con los federales andaluces intransigentes y su oposición al centralismo y al Estado liberal burgués, así como con las rebeliones andaluzas previas, como la del 4 de diciembre de 1868 en Cádiz. Unos y otros coincidían además en:
– Rechazar el proteccionismo que les perjudicaba, por el encarecimiento de los productos básicos y las dificultades que imponía al comercio.
– Rechazar los impuestos indirectos que perjudicaban a las clases populares y al comercio.
– Denunciar la insuficiencia de las desamortizaciones, que no habían facilitado el acceso a la tierra de los jornaleros ni pequeños campesinos, aumentando el poder de la burguesía terrateniente.
– Abolir las quintas, que daban más poder a la burguesía terrateniente por el “sistema de redención” que permitía salvar a un hijo llamado a filas, fortaleciendo el poder económico. En este sentido, “Asturias y Andalucía fueron regiones ʻexportadoras de sustitutos’; Barcelona y Alicante, las ciudades de mayor demanda -un 20 por ciento de soldados sustituidos frente al 5 por ciento andaluz” (Arenas, 2019: 265).
La forma de luchar contra todos estos elementos, una vez consumada la traición de la I República, pasó a ser mediante la independencia política, programática y militar del Pueblo Trabajador Andaluz. El Manifiesto del Comité de Salud Pública gaditano del 26 de julio lo afirma: “¡El desarme de los voluntarios! Aquí tenéis condensadas las aspiraciones de los que nos combaten. Quieren arrebatarnos las armas que son la garantía de la tranquilidad y del orden y quieren imponer su voluntad al país, sin saber si el país la rechaza. Nos atacan y nos defenderemos, tomando la ofensiva…” (Lida, 1973: 367).
Era una forma revolucionaria que cuestionaba el propio edificio institucional estatal, además del orden burgués en su globalidad, haciéndolo desde abajo hacia arriba dando lugar a una estructura confederal en la forma de construir poder popular.
El protagonismo de la clase obrera andaluza organizada del que hablamos con anterioridad se evidencia en la lucha por la defensa de cada cantón y en la represión que el Gobierno español ejerció para “pacificar”vii Andalucía. En Sevilla, en las barricadas para frenar a Pavía se organizaron en torno a 300 personas, que fueron reivindicadas por la FRE: “Les 300 hommes qui ont lutté avec un si grand courage étaient ou avaient tous été internationaux”viii declara en su informe al Congreso Internacional de Ginebra (Lida, 1973: 390). Informe en el que también denuncia detenciones y represión durante los acontecimientos a miembros de la FRE en San Fernando, Jerez, Sanlúcar, Cádiz, Carmona, Málaga, Paradas, Lebrija, Chipiona, El Arahal, Puerto de Santa María o Granada, equiparando su persecución a la de los miembros de la Comuna de París (Lida, 1973: 391).
Algunos autores señalan cómo la existencia del cantonalismo en la península Ibérica fomentó, medio siglo después, el desarrollo del anarquismo. Federico Urales explica este fenómeno como una evolución natural que tiene “gran difusión en nuestro país por el espíritu individual y rebelde que florece en los filósofos árabes cordobeses, en los místicos, en los artistas…” (Díaz, 1979: 103).
7. Conclusión
La revolución cantonal andaluza hizo cundir el pánico en los sectores de la burguesía (Cuenca, 1985: 25) que se sentían amenazados ante la ruptura de los cantones con el orden capitalista y la propiedad. Tras un siglo XIX atravesado por creciente contradicciones, la burguesía seguía sin poder desembarazarse de la aristocracia y completar la revolución burguesa, pero era mayor su temor al “cuarto estado” (Lacomba, 1973: 87). Y es que al sur de Sierra Morena los acontecimientos “auspiciados bajo unos presupuestos políticos formales terminan siempre, en Andalucía, provocando un proceso revolucionario de más largo alcance”, convirtiendo nuestro país en este periodo en “un centro permanente de subversión social” (Bernal, 1980: 22).
La revolución cantonal cuestionaba la propia construcción del Estado-nación español. Los cantonales abiertamente planteaban que, si tenía que haber una República, ésta tenía que ser constituida desde abajo hacia arriba, quebrando cualquier delimitación territorial a priori y, por lo tanto, la idea de la preexistencia de una nación española. Quizás fue el republicano reaccionario Emilio Castelar, un par de meses después (septiembre-octubre de 1873), quien describió con más tino la percepción burguesa de los cantonales: “Decir cantonalismo era lo contrario de decir España y decir España es lo contrario de decir cantonalismo”.
El general Pavía, encargado de la represión en nuestra tierra y autor del golpe de Estado a la propia república que abrió el camino a la restauración borbónica, afirmó a este propósito:
La anarquía y el cantonalismo en Andalucía tenían que decidir la suerte de España. Si aquel era vencedor, todo el país se haría cantonal, pero, si era vencido, el cantonalismo desaparecería y la faz de España cambiaría… (Pavía, 1878: 28)
No sólo es evidente el peso político objetivo del país andaluz -que sigue existiendo en el presente-, sino que las clases populares andaluzas estaban dispuestas a ejercerlo declarando en el manifiesto la “soberanía administrativa y económica del estado de Andalucía”, exigiendo un programa protosocialista inmediato y aplazando a un momento posterior la coordinación con otras formaciones sociales de la península.
Las afirmaciones anteriores de Castelar y Pavía quizás expliquen la denuncia que la FRE hizo en su informe al Congreso Internacional de Ginebra, en el que señalaba la impunidad con la que actuó el carlismo mientras la I República reprimía a los cantonales.:
Les bandes carlistes, qui ont incendié les stations et les trains de chemins de fer […] n’ont pas été inquiétées pendant l’insurrection cantonale par les troupes de la République, qui en majeure partie étaient destinées à écraser les fédéraux intransigeants et les internationalistes. Cela démontre assez que la bourgeoisie préfère se jeter dans les bras de la réaction la plus éffrénée, plutôt que de faire, en fût-ce un pas, du côté de la révolutionix (Lida, 1973: 389).
En los últimos meses de la I República, la dictadura del general Serrano, facilitada por el golpe de Estado de Pavía, se dedicó a perseguir a cantonales e internacionalistas. Y, sobre todo, a preparar la primera Restauración borbónica de manos de Cánovas del Castillo.
El republicano “unitario” y ministro del Interior (entonces se llamaba “de gobernación”) durante el gobierno conservador del general Serrano, Eugenio García Ruiz, dejó algunos pasajes como balance de la revolución cantonal andaluza para no olvidar. En ellos asumía la explicación metafísica burguesa de una supuesta “impresionabilidad rebelde” y “propensión al comunismo” andaluza, que ocultaba las verdaderas causas materiales -opresión nacional de Andalucía, concentración de la propiedad de la tierra, proletarización del campesinado andaluz…- del movimiento cantonal. García Ruiz concluía con unos consejos a propósito de cómo tratar al Pueblo Andaluz:
El primer mal debe curarse con no dar jamás armas al pueblo andaluz ni ponerle en condiciones de que abuse del derecho de reunión; y el segundo, ilustrándole y haciéndole comprender que, no con repartimientos injustos e irrealizables, sino con la desamortización y otras medidas económicas unidas al lapso del tiempo, irá la tierra a sus manos. (Azcona, 1935: 201)
Pero la derrota de la revolución cantonal andaluza no cerró este episodio. Diez años después se redactó la Constitución Andaluza, que declara en su artículo 1º: “Andalucía es soberana y autónoma; se organiza en una democracia republicana representativa, y no recibe su poder de ninguna autoridad exterior al de las autonomías cantonales que la instituyen por este pacto”. Sirve así de correlato institucional a las aspiraciones políticas de los cantonales andaluces.
La declaración de independencia de 1873 causó también una honda impresión en el andalucismo revolucionario de Blas Infante, que la calificó como uno de los acontecimientos más relevantes del siglo XIX andaluz (Infante, 1982: 265). Infante conoció la Constitución Andaluza de 1883 después de escribir su primera obra, Ideal andaluz, y desde entonces sería referencia obligada de su pensamiento libertador. En el proceso autonómico de 1933 se incluyó la Constitución Andaluza como propuesta de Estatuto de Autonomía para Andalucía.
Hoy se cumplen 150 años de la declaración de independencia de Andalucía que proclamaron los cantonales en Sierra Morena. La fecha nos llama a recordar y estudiar este importante periodo de nuestra historia en la que el Pueblo Trabajador Andaluz -federales intransigentes e internacionalistas- pusó por delante la necesidad de construir una Andalucía independiente y socialista (a la manera en que lo entendían entonces) sin pedir permiso a nadie. Siglo y medio después, parece que hay cosas que aprender de aquellas andaluzas y andaluces que se atrevieron a todo, menos a dejarse engañar la oligarquía y su Estado español.
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Notas
iAtlas de Historia Económica de Andalucía (https://www.juntadeandalucia.es/institutodeestadisticaycartografia/atlashistoriaecon/presenta.html)
iiLa casualidad hizo que el 4 de diciembre de 1977 se conmemorara el primer día nacional de Andalucía, sin que las entidades convocantes de esta fecha tuvieran conocimiento de la existencia del otro 4 de diciembre de significación histórica andaluza, el de 1868. Hoy la izquierda soberanista e independentista sigue reivindicando el 4D como nuestro día nacional.
iiiNo fueron los unicos lugares donde se ocupan fincas: en Chucena es ocupada una finca del duque de Medinaceli, en Coripe y Vejer las tierras comunales, en Arcos de la frontera las tierras de propios… (Bernal, 1980: 15).
ivSu padre -Roque Barcia Ferraces- había particiado en las convulsiones del Trienio Liberal (1820-23) contra Fernando VII y en el movimiento de los comuneros junto con el comunero cordobés José Moreno Guerra que propuso, en febrero de 1822, una república independiente andaluza (Zavala, 1971: 109).
vPeriódico dirigido por Eugenio García Ruiz, que sería ministro del interior del gobierno establecido tras el golpe de Estado de Pavía en 1874.
viEl Soto de Roma es una finca de 27.767 marjales (1.446 hectáreas) que las Cortes españolas regalaron al dque de Wellington en 1813 en “agradecimiento” por su lucha contra los franceses en 1813.
viiAsí es como se denomina el libro que escribe el general Pavía a modo de cuaderno de cmapo de su expedición militar para aplastar al cantonalismo andaluz Pacificación de Andalucía.
viii“Los 300 hombres que han luchado con tanto coraje eran o han sido internacionalistas”.
ix“Las bandas carlistas que han incendiado las estaciones y ferrocarriles no han sido molestados durante la insurrección cantonal por las tropas de la República, que en su mayor parte estaban destinadas a aplastar a los feredales intransigentes y los internacionalistas. Lo que demuestra bastante bien como la burguesía prefiere echarse en brazos de la reacción más desenfrenada antes que hacerlo, aúnque solo le cueste dar un paso, del lado de la revolución”.



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